domingo, 10 de febrero de 2008

Fonsagrada - Cadavo Baleira

Día 7 Fonsagrada – Cadavo Baleira


Dormí bien y lo primero que hice fue mirar por la ventana, esto se convertirá en una costumbre. Estaba nublado, hacía fresco pero no llovía, y no tenía pinta de hacerlo como ayer. Solo con pensarlo me alegró la cara.

La ropa la tenía seca y las botas aunque frías también lo estaban. Empaqueté lo mejor que pude y salí de la habitación camino del bar más próximo a tomar la ración de cafeína que me terminara de despertar.



El bar estaba en la calle principal y di cuenta de las magdalenas de rigor. Había tres o cuatro personas que apenas se percataron de mi presencia, estaban hablando antes de entrar al trabajo. Me encontraba aislado del ambiente. Era un contrapunto de la rutina. Yo ya había perdido la noción del tiempo y me parecía lejano el recuerdo laboral y rutinario que implica. Me considero devorado del Camino cuando no se ni el día de la semana en la que me encuentro y solo caminar representa mi obligación. ¡Qué placer ser libre del torturador ritmo laboral!

Sin mucho esperar salí a la calle fría y gris que no amenazaba lluvia pero tampoco un sol espléndido. Magnífico para caminar.



Fui pensando en mis cosas sin preocuparme demasiado de mi soledad. Hoy volvía a tener una etapa corta (27 kilómetros) en los que los servicios sería escasos y tres altos a sobrepasar. Fui alternando carretera y camino con subidas largas y tendidas que nunca llegaban a su fin.

El paisaje seguía siendo hermoso y en muchas ocasiones permitía ver un juego maravilloso entre nubes y cielo azul que me entretenía. La proximidad del asfalto no me alegraba demasiado. Fue para mi un día de pensamientos y lentitud emocional. Sentía pasar el tiempo alejado de la realidad y por momentos echaba de menos a mi gente. Quizás dos caminos enlazados era mucho. Por momentos también pensaba que dentro de una semana volvería a la rutina y que debía aprovechar cada instante.

Centre mi cabeza en el paisaje que se entregaba esplendoroso. Intenté devorar las imágenes y los momentos para retenerlos. Serían un recuerdo irrepetible que me alegrarían a la vuelta.



En la jornada sólo paré una vez a tomar un café y un croissant. Me aconsejaron ir por la carretera y evitar el camino que iba y venía constantemente. Hice caso omiso y entré en el juego. La carretera subía constante pero el sendero bajaba y después de alejarse unos metros volvía al asfalto. Cada salida representaba introducirse en un bosque fantástico o en unos prados lindísimos. Los carballos se jalonaban a cada paso.

Por lo menos diez o doce desvíos marcaron la ruta hasta el alto de Fontaneira.

A las tres y media llegué al albergue de Cadavo. Se encuentra enfrente de una iglesia moderna que da idea la juventud de este pueblo, fundado en el siglo veinte.



El albergue es magnífico, con unas instalaciones modernas y funcionales. Estaba solo, y sin perder el tiempo me tomé la ducha diaria. Necesitaba hablar con alguien del camino, llevaba demasiados días de soledad y estas tardes después de la labor diaria, se suavizan conversando y sintiendo el calor humano de aquellos que comparten experiencias.

A las cinco de la tarde termine de hacer la colada. Era tarde para comer y demasiado pronto para cenar. Hoy solo llevaba dos cafés y dos bollos y el estómago reclamaba algo más sustancioso. Decidí prepararme la cena en el albergue. Arroz y ensalada.



Me lancé a recorrer el pueblo. Este era nuevo pero bastante grande. Encontré un supermercado donde compré lo que necesitaba para la cena. Tomé una cerveza en un bar mientras hacía tiempo. La tarde estaba fría y desapacible, notaba que era finales de octubre y que la lluvia de ayer había bajado los termómetros.

Cuando llegué al albergue encontré a la hospitalera que me sello la credencial y me estuvo contando la cantidad de gente que había venido este año. Simpática señora.

Cuando salí a despedirla una buena mujer se encontraba con una barra cogiendo manzanas de un árbol próximo. Me ofrecí para ayudarla, cosa que agradeció regalándome media docena de manzanas pequeñas pero muy dulces.



Ya lo tenía todo, así que a cocinar. Me preparé el arroz lo mejor que pude con unos fuegos eléctricos que me costó comprender, no por dificultad sino por mi torpeza, y una ensalada más que aceptable, o por lo menos así me pareció. El apetito hace que las cosas sepan mejor. Después de la comida recogí lo mejor que pude la cocina y marché a dar una vuelta. El tener para mi solo un lugar tan grande me agobiaba, notaba los muchos días sin compartir.

Eran las siete y media cuando comenzó a anochecer. Terminé en un bar tomando un descafeinado más por oír a la gente que por lo que me apeteciera el café.



El lugar estaba lleno de gente que hablaba de sus problemas y yo escuchaba.

- ¡Menuda montó Félix el otro día!- Comentó un colorado vecino dirigiéndose al camarero.
- No me digas que tuve que llevarle a casa. Se bebió cinco cubatas y desparramaba.
- Hay gente que no sabe beber. Pero con los problemas que tiene necesita expandirse un poco.- Justificó otro de los clientes.
- Pero no tanto, que la bebida sólo ayuda a olvidar durante un rato, luego se vuelve a la realidad.

Hablaban de un vecino que debió pasarse con la bebida.



Les oía pero no participaba, cuando lo que necesitaba era contar mi aventura. Describir la belleza de los campos y las sensaciones tenidas. Como no tenía opción volví a mi cubículo para meterme en la cama, cuando apenas eran las ocho y media.

Ya estaba oscuro y las calles solitarias. Me sorprendió entrar y encontrarme con una muchacha alemana de unos 19 años.

Era más bien gordita y con unos mofletes que resaltaban unas chapetas típicas de las personas de piel muy blanca.



Estaba realizando el Camino al revés, y quería llegar a Paris por el Camino del Norte. Me alegré de encontrarla podía hablar de lo que me gustaba con alguien que sabía estaría encantada de escucharme y ser escuchada.

Me contó muchas cosas, estaba eufórica, llevaba desde mediados de julio haciendo el Camino. Empezó en Sant Jean de Pied de Port hasta Santiago. Luego se fue a Sevilla en bus y realizando la Plata había llegado a Santiago. Y por fin, quería terminar su aventura llegando a París por el Norte.



Me pareció una pasada aunque me entró la envidia de ver que alguien poseía tanto tiempo para hacer lo que le gustaba.

Llevaba una enorme mochila en la que incluso llevaba una pequeña tienda de campaña. Me contó que pesaba catorce kilos, lo que me pareció una pasada y se lo hice saber.

- Lo aguanto bien y ya estoy acostumbrada.
- Para mi sería imposible, seguro que te dolerá la espalda.
- No creas, para mi tiene la ventaja de poder parar en sitios sin tener que depender de tener un albergue a mano.



Estuvimos hablando mientras que se preparaba una sopa de sobre y se comía un bocadillo que se hizo con un trozo de pan y chorizo que llevaba en su supermochila.

Me contó y me hizo recordar lugares y sitios de los caminos conocidos. Le había impresionado la Plata. Ella no hacía etapas por encima de veinticinco kilómetros pero aún así resaltaba la dureza del calor y las distancias.



También me contó que desde había empezado el Primitivo se perdía todos los días dos o tres veces, y esto la ponía muy nerviosa.

- Hoy he tenido que coger un autobús desde Castroverde, me he perdido tres veces y creo que habré realizado ocho o diez kilómetros de propina.
- Andar al revés es delicado pues las flechas están puestas para ser vistas desde un sentido. Si vas en sentido contrario lo normal es que no se vean. Ten cuidado pues desde aquí empiezan las subidas y bajadas constantes. Sobre todo ten cuidado en el Puerto del Palo, y vete por Pola de Allende que es más fácil no perderse.

Le aconsejé albergues y sitios por los que pasaría los próximos días.

- Lo que te espera de aquí en adelante son unos días de soledad hasta Oviedo, y después todavía más.- la dije con cierta ironía.- Si el Primitivo es poco recorrido el Norte todavía más y sobre todo yendo al revés.
- No me preocupa, ya estoy acostumbrada, con llegar a París para el día veinte de diciembre me doy por contenta.



Me maravillé que todavía la quedaban unos dos meses de marcha.

- Soy estudiante y en junio terminé el bachillerato. Para meditar sobre mi futuro he querido ampliar el recorrido que hice hace tres con mis padres de los último cien kilómetros. Quiero definir claramente que estudiar, y que este tiempo sea un recuerdo para toda mi vida.

Me pareció una persona sabia, las cosas hay que digerirlas y antes de afrontar nuevas andaduras hay que saberse sentar y meditar.



A las diez y media nos fuimos a la cama. Hoy compartiría habitación por primera vez en el camino. Me coloqué en la primera litera para mañana salir temprano y no molestar a mi compañera.





2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sueño con repetir esa etapa, te agradezco el relato y las fotos.

Escarlata

Anónimo dijo...

Vine hace una semana del Camino Primitivo, y aun busco palabras para poder contarlo.

Gracias por tu relato.

PS: Pola de Allande, no de Allende.

Zapatones