domingo, 10 de febrero de 2008

Arzua - Santiago de Compostela


Día 12 Arzua - Santiago

No dormí demasiado bien, había echado una siesta demasiado larga ayer que junto con el ansía del fin me impidió dormir bien.

A las siete encendí la luz de la lamparilla de noche que daba una luz tenue y tristona marcando unas paredes con alguna necesidad de pintura. Me quedé un rato pensando en lo que llevaba y en lo poco que me quedaba. Las sensaciones me inundaron y la tristeza me llenó. ¡Cuánto echaría de menos estos días a partir de mañana! Me dio pereza olvidarme de la libertad que había sentido durante estos días, volvía a la cárcel del trabajo y la rutina. Intenté pensar en positivo, pero me costó bastante.

- Venga anímate que podrás volver al año que viene.

Estaba oxidado y las articulaciones entumecidas. Organicé la mochila y terminé de vestirme. Por la ventana vi la calle todavía oscura y el cielo despejado de nubes, hoy no habría lluvia. Me puse el polar y el cortavientos que ya estábamos a finales de octubre y temprano hacía fresco. Cargué la mochila y me pareció más liviana que otros días.



Salí a la calle y me dirigí a la plaza donde en un bar me proporcionaron la cafeína necesaria. Lo acompañé de un croissant recién hecho. Este bar era para mi conocido, creo que es el único donde he desayunado en Arzua, después de unos cuantos caminos que he pasado por aquí. Es un poco agobiante por las muchas mesas y sillas, pero el café es bueno.

Nada más salir me encontré con el primer grupo de peregrinos que charlaban en francés felices pese a la hora. Me resultaba extraño ver gente caminando después de tantos días de soledad.

Vi como aparecían las primeras luces y poco después el sol despejaba poco a poco la bruma matutina. Fui reconociendo lugares y sitios en otras veces caminados, tenía el sentimiento de estar en casa.



Los campos se iluminaban y descubrían sus pequeños secretos ocultos durante la noche. Todo se movía a mi alrededor despacio y con tranquilidad.

Me extrañó no encontrarme con grandes cuestas y caminaba fácil, el entrenamiento del Primitivo se notaba.

Recordé a mis sobrinos con los que había pasado por allí hacía quince días. Hoy el ritmo era más constante, que entonces, aunque el frescor era mucho mayor.



Estaba en un recorrido conocido donde sabía que me esperaba a cada paso y jugaba a anticiparme a los acontecimientos.

- Ahora viene una cuesta, luego una carreterita, después esos carballos que tanto me recuerdan un cuento de hadas, y más allá ...

Intentaba retener en mi memoria cada imagen para que luego fuera un recuerdo cuando estuviera lejos del Camino.

Sobre las once llegué a Salceda, donde di cuenta del segundo desayuno, café y bizcocho casero. Este bar con toques hippyes junto a la carretera es otro de los hitos que me hacen parar siempre.

Había un grupo de cuatro peregrinos que ya marchaban y la camarera que intentaba organizar los vasos, platos, sillas y mesas. El local esta lleno de objetos curiosos con cierto toque de esoterismo.



Estuve veinte minutos sentado recuperando fuerzas. Hoy me encontraba bien y me parecía un recorrido fácil, sería la dureza del primitivo que había terminado por ponerme en forma. También había descansado y llevaba dos días de recorrido corto. El ir cruzándome con otros peregrinos me ayudaba a crear estímulos. Cada vez que alcanzaba a alguno o alguno me alcanzaba me daba alegría. A veces recordaba a Melania, Nacho y Alberto, y en los momentos que habíamos vivido pocos días antes.

Llegué a Santa Irene y después a Arca. Los metros me parecían más llevaderos y las subidas más suaves.

En Lavacolla paré a comer sobre la una y media, lo hice en el mismo sitio que nos sirvió de descanso la última vez. La comida consistente en judías verdes y filete fue abundante y sobretodo nutritiva.

Se empezaba a notar los días de camino sobre todo en las ropas ya perfumadas, me dio alguna vergüenza los aromas que podía transmitir.



Cada vez estaba más convencido en llegar a Santiago y pasar del Monte del Gozo. La hora que estuve parado en el restaurante me repuso del esfuerzo. Después con la barriga llena emprendí la subida con calma, sabía que quedaban unas tres horas para llegar y poder abrazar al Santo después de tantos días.

Degusté los últimos bosques recordando lugares y momentos. Hice mi despedida del camino en soledad. Hice propósito de volver, me había dado mucho y pedido poco. ¿Cuánto vale encontrarse con uno mismo? ¿Cuantas posibilidades para meditar sin prisas ni presiones!



El camino nos lleva por paisajes y realidades muy distintas y siempre inmersas en la naturaleza. En este tiempo vi cimas verdes con ganado pastando, vi hermosas nubes que se pegaban en los valles con sensación de colchones de algodón en su cuna, vi gente que me acogió y me trató con un cariño que me hizo sentir feliz y, sobretodo, disfruté de mil pensamientos y momentos que se me quedarán impresos en mi mente para siempre. Estaba en una ambivalencia única, por un lado felicidad por lo vivido y por volver a casa y, por otro, una gran tristeza por finalizar un camino que este año me había llevado de Mérida a Santiago pasando por el Salvador.

El sentimiento constante de libertad y preocupándome sólo de donde comer o donde dormir, aunque siempre nos da ofertas suficientes para cubrir nuestras necesidades. Noté que el Camino me permite el tiempo suficiente para quitar el ruido de mi cabeza y permitirme analizar las cosas con la calma necesaria para replantearse la realidad. También me da el placer de la observación de un entorno cambiante al paso de una persona. ¡Que diferentes paisajes y lugares!



Llegué al Monte del Gozo sobre las cinco de la tarde y entre en el albergue a sellar. Un amable hospitalero me ofreció parada y cama con gran entusiasmo. Me tentó, pero el recuerdo de mis anteriores veces en este lugar me desanimaron. Para mi es muy frío y no siento en él la realidad del Camino. Era pronto y todavía había bastantes horas de sol, aunque cansado todavía podía llegar.

Con el sello puesto bajé por la cuesta hacia el destino. Pasé el puente de la autopista, luego San Lázaro y, por fin, la ciudad antigua, con su sabor especial. La catedral estaba hermosa recortada sobre un cielo azul. Llegué sólo, como había sido el Camino. No se veían peregrinos.



En la Puerta del Camino me descalcé las botas y los calcetines, quería sentir las piedras pisadas por millones de peregrinos. También tenía el sentimiento de respeto hacia el Señor que me había llevado durante tantos días y me había ofrecido el don de sentir una Naturaleza maravillosa.

La plaza del Obradoiro apenas visitada por algún turista que me miraba extrañado por mis pies descalzos. Yo me obnubile y pasé de los pocos paseantes intentando concentrarme e ilusionarme en que toda la plaza era para mi.

En el centro de la plaza tiré la mochila y me senté en el suelo apoyado en la mochila para observar a mis anchas la hermosura de este edificio construido, visitado y anhelado por amor y fe.



Detuve mi vista en cada detalle de la fachada para interiorizarlo y que fuera el método de recordarlo. Este momento valía por cualquier Compostela, era un sentimiento de satisfacción profunda y pura.

Media hora estuve allí plantado antes de continuar al abrazo. De camino al mismo pasé por la Oficina del Peregrino con bastante pereza. Estaba tranquila, con sólo tres funcionarios. Rellené el papel estadístico y me dieron el dichoso papel. Esta vez la puse a nombre de mi hermano, para entregársela. Yo ya tengo bastantes y todas se encuentran en un rincón del trastero, y a él seguro que le hace ilusión. Este camino lo había hecho en su nombre. Mi mejor Compostela es el recuerdo que retengo de cada uno de ellos.

Con el papeleo realizado salí a la calle y dirigí mis pasos a la Catedral. Estaba oscura y tranquila. Apenas unas cuantas señoras rezaban sentadas en los bancos de madera. Impresionante la luz que se filtraba por los ventanales creando halos de luz que se reflejaban en las piedras labradas.



Sin pensarlo mis labios comenzaron a rezar dando las gracias por todo lo recibido en estos días de Camino. También mis ojos se inundaron de lágrimas de emoción y satisfacción.

El pasillo de acceso a la figura de Santiago estaba solitario, por lo que pude soltar la mochila en un rincón y abrazarla con la efusión que se hace con un amigo deseado. Sentí mi espíritu satisfecho y en paz.

Alguna lágrima cayó sobre el hombro mientras se me nublaba la vista llena de los reflejos del sol que entraban por el Pórtico de la Gloria.



FIN DEL CAMINO

Sobrado Dos Monxes - Arzua

Día 11 Sobrado Dos Monxes - Arzua



Desperté con suavidad después de ocho horas de sueño. No había ruidos ni estridencias. Los píes protestaron, como es su costumbre todas las mañanas, pero se estaban acostumbrando y enseguida se acoplaron a su pequeño castigo, las botas.

Salí con la primeras luces y el edificio me pareció fabuloso. Las cosas cambian según la hora en que las miremos. La realidad es una, pero influye tanto la luz y las emociones que nos parecen distintas. Hoy estaba contento y miraba las cosas con optimismo. Este monasterio es precioso y mi cabeza lo rememora con dos imágenes diferentes. Ayer en la tarde, con el sol iluminando todos sus detalles, era uno, y en esta mañana con poca luz, oyendo los pajarillos, de otra. Me senté un rato en el arco de entrada a degustar las sensaciones matutinas. Sentí el frescor de la mañana en la paz que proporciona el nacimiento de un nuevo día. Las pocas nubes formaban una corona blanca sobre las torres mientras que el cielo rojizo proporcionaba un espectáculo intimista. Me sentía en paz conmigo mismo.



Al poco llegó a mi nariz el olor a pan recién hecho y mi estomago, materialista y humano, me puso en marcha hacia el único bar que se encontraba abierto. Este me lo encontré en la plaza y me permitió desayunar un café y un croissant reciente.

Las camareras no estaban muy dispuestas a dar conversación y sus caras mostraban cierta acritud de lunes, después de un fin de semana de libertad. No me importó su sequedad y agradecí el alimento.

Ya con algo en el cuerpo me lancé al camino, hoy asfaltado por carreteras secundarias. Según salía del pueblo por el andadero no pude dejar de echar la vista atrás y ver como se recortaba la silueta del monasterio sobre un cielo azul y rojizo previo al amanecer. Preciosa imagen que inundó mis sentimientos.



Caminé tranquilo calculando la distancia a Santiago. Me salieron unos sesenta y tantos kilómetros. Ya estaba en la recta final y la pereza por llegar acudió a mi cabeza.

Me fui haciendo amigo del pequeño arcén izquierdo, aunque los coches, por pocos, no molestaban.

Pasé varias aldeas pero estas estaban más civilizadas y se notaba la presencia de una ciudad importante en las cercanías. Caminé hasta Arzua por carreteritas interminables. Sabía que se acababa mi tiempo en el camino y los sentimientos llenaban mi cabeza. Hubo un momento que pensé en terminar mis pasos en Arzua y evitar el camino Francés, no me apetecía la marabunta.



El día estaba tranquilo y observaba los prados llenos de vacas lecheras con miradas perdidas. Relentizaba cada vez más mis pasos, no quería llegar.

A las dos de la tarde entré a las primeras calles de Arzua y al poco rato llego a mí la emoción de estar en un sitio conocido y en múltiples veces caminado. Cuando llegué al cruce con el camino Francés y vi a un grupo de siete peregrinos, uno detrás de otro, me dieron ganas de abrazarles por la felicidad de haber llegado hasta aquí.

Pensé en la diferencia con mi camino. Los vi veloces y con ganas de llegar al albergue, ya muy próximo.



Pensé en dormir en el albergue pero decidí que si había estado solo todo este tiempo me apetecía seguir así, y dormir solo. Pregunté en la Oficina de turismo y me indicaron dos pensiones próximas.

Me fui al albergue y me sello la hospitalera, con una agradable sonrisa y mucha amabilidad.

En ese tramo de medio kilómetro que va de la Oficina de turismo al albergue vi más peregrinos que en todo el Primitivo.



Me fui a la primera pensión y me dieron una habitación sencilla pero suficiente por quince euros.

Me duché y cambié de paseo para ir a uno de los muchos restaurantes que llenan este pueblo. Tomé una ensalada y pollo asado con media botella de vino que me ayudara en la siesta.

Estando allí entraron más caminantes extranjeros que hablaban eufóricos. La sensación es que el pueblo estaba lleno de peregrinos y eso que era a finales de octubre.



Recordé mi estancia allí hacía unos quince días. ¡Cómo había cambiado el tiempo! También me sentía de forma diferente. Cada camino es una experiencia, todo parece igual y todo es diferente. Quizás es que quien es diferente es el caminante que ha vivido una experiencia que le ha cambiado. Nunca he tenido sensaciones iguales en los mismo lugares de Camino.

La siesta fue olímpica, de 4 a 8 entre sábanas y sin un ruido que molestara. Empezaba a estar cansado, aunque con pocas ganas de volver.

Me vestí y marché a dar un paseo por un pueblo en él que había estado varias veces. La tranquilidad era absoluta, recordé a los peregrinos de la primera vez con muchísima añoranza. Todo eran anécdotas de las anteriores veces, que curiosamente recordaba vivamente.



Pasé por la iglesia cerrada y di gracias por haber podido vivir unos días como aquellos. Marché por la calle del albergue hasta la oficina de turismo. La calle estaba solitaria, y sólo pude ver algún caminante que iba o venía después de cenar.

Encontré un ciber y no pude resistirme a entrar y ponerme al día de los sucesos diarios. Revisé el correo y nada extraordinario, más bien, todo era monótono y aburrido. En el foro continuaban las mismas historias, como llegar a Sarriá, botas o zapatillas, tal albergue es fantástico o un desastre, etc. Nada interesante.

Llamé al Toro para despedirme y darle las gracias por la ayuda prestada en estos días. Agradable persona y muy buen peregrino que tengo ganas de conocer en persona. La próxima vez que vuelva a Asturias haré lo posible por compartir con él una sidrina.



Entre en una pizzería a cenar y estuve toda la cena recordando los caminos de este año. Mérida-Oviedo esta primavera y la continuación a Santiago este otoño. Pensé que en vez de dos era solamente uno, pasando por el Salvador.

Había tenido suerte de poder hacer hasta tres caminos en un solo año, ya veríamos al siguiente que me depararía.

A las diez y media entraba en la habitación desorganizada y llena de trastos por todos los lados, alguna vez llegaré a ser más organizado. Por vergüenza recogí un poco aquel desbarajuste para mañana tenerlo más fácil, a las once estaba en la cama decidido a dormir lo más rápidamente posible.

Las imágenes de campos verdes y dorados inundaban mi cabeza, desniveles entre nieblas, brumas y, arriba, un sol radiante.

Animales pastando tranquilamente obviando mi presencia. Señoras que me mimaban en sus tiendas ofreciéndome huevos fritos recién puestos con pan de hogaza todavía caliente.

Era un revoltijo de imágenes y lugares que se entremezclaban sin parar. Esto era acompañado de caras, gestos, expresiones y brazos abiertos que me hacían sentir vivo. Mañana no sabía si terminaría o pararía en el Monte del Gozo, las fuerzas serían las que decidieran.

Friol - Sobrado Dos Monxes

Día 10 Friol - Sobrado Dos Monxes

Dormí profundamente y al despertar me sentía descansado. Después del tiempo que llevaba en el camino la mochila empezaba a oler a peregrino y el orden era un pequeño desastre. Me entretuve en organizar un poco las cosas y algunas las coloqué en el fondo con la seguridad de que no volvería utilizarlas. Pese a mi esfuerzo no se notó mucho la organización. Ya empezaba a intuir el final del recorrido después de haber enlazado dos. El primero desde Sarria a Santiago con mis sobrinos y, después ya sólo, de Pola de Lena a León, y por último este Primitivo. Los primeros días en compañía y con conversación constante. Ahora sólo y solitario. Dos formas de caminar, ambas con encanto. La primera dependiendo de los demás, la segunda solo escuchándome a mí mismo.



No puedo decir que una sea mejor que la otra, sencillamente son diferentes.

Con las cosas más o menos organizadas, dejé la habitación y baje a tomar el desayuno de café y croissant.

Estaba todavía oscuro aunque el cielo empezaba a clarear ligeramente.



Hoy era sábado y se notaba que el pueblo todavía dormía. No había nubes y sería un día luminoso y azul. Preciosa mañana de otoño.

Caminé tranquilo sabiendo que la etapa era corta. La mayoría del día fui por carreteras secundarias, cosa que machaca los pies pero con la ventaja de pasar más poblaciones que ayer.

Es curioso como influye en mi carácter el tiempo, el cielo y la temperatura. Hay días que dan ganas de vivir por la trasparencia del aire. Los prados se llenaban de tonos verdes intensos y parecían hasta los animales más felices.



Me entretuve pensando en el recorrido realizado. Me sentía orgulloso de mi mismo y contento por haber conocido lugares y paisajes maravillosos. Hoy llegaría a un lugar conocido y visitado en coche varias veces, pero nunca había llegado caminando, algo que me hacía ilusión.

Sabía que pasado mañana estaría en Santiago, o muy cerca, esto mezclaba sentimientos. Por un lado pocas ganas de que se acabaran los días camineros y por otro ilusión de volver a estar en casa con la familia.



Prácticamente había completado el Camino, ya llevaba muchos recorridos y cada uno diferente. Es una de las magias, siempre se pueden observar aspectos distintos y siempre atrayentes.

Pasé por zonas ondulantes con arbolado, granjas con vacas que pacían tranquilas en los prados con grandes ubres, seguro que con rica leche gallega, y por pueblos pequeños donde en las fachadas se mostraban hermosas flores.



Hoy todo me parecía hermoso, me encontraba bien y descansado.

Hubo un rato que estuve pensando en alargar la etapa, pero decidí que al llegar a Sobrado decidiría.



Paré en un bar a tomar un café y un bollo sobre las once de la mañana. Lo atendía una señora entrada en carnes con una cierta parsimonia. No tenía prisa, se notaba que el ritmo de su vida era diferente.

- Buenos días peregrino. ¡Qué día tan hermoso!.- Me dijo con un fuerte acento gallego.
- Buenos días, y nunca mejor dicho. Es una mañana primaveral.
- Si señor, es como si el tiempo hubiera cambiado y la primavera fuera otoño y el otoño primavera. Antes nada más entrar en octubre comenzaban las lluvias y no paraban hasta Junio y aún así en verano también caía. Ahora le cuesta llover, lo hace un día y descansa. Definitivamente las cosas están cambiando.
- Para caminar hoy es fantástico, no hace ni frío ni calor y la luz parece mediterránea más que atlántica. Un auténtico placer.



Charlamos un rato del camino.

- Por aquí pasáis pocos, la mayoría van a Melide desde Lugo.- Adiviné en la señora un mayor motivo económico que peregrino.
- Este camino es bastante pesado y tiene demasiada carretera. Si marcaran caminos en vez de carreteras sería mucho más llevadero y con el tiempo seguro que pasarían más.

A mi me parecer legítimo el interés en aumentar el negocio siempre y cuando la atención sea buena y los precios estén ajustados.

- Es posible que se incrementen los caminantes por esta zona al hacerse más popular el Primitivo y alargar la reunión con el Francés. Pero deberían dar alguna oferta mayor en sitios como Friol. La creación de un albergue o de algún tipo de acogida ayudaría mucho.
- Eso sería bueno, pero demasiados intereses se concentran en que se junten ambos caminos en Melide.

A la media hora continué la marcha por carretera. Se caminaba cómodo en camiseta.



La entrada a Sobrado las hice por las lagunas. Un lugar precioso donde es posible observar pájaros de diferentes especies. Este maravilloso lugar es propiedad de los frailes y data del siglo dieciséis. Es fácil ver patos, nutrias y ranas en cuanto a animales. Los fresnos, abedules y nenúfares abundan. En el lugar hay un centro de interpretación y varias casetas de observación de aves.

Paré en uno de los embarcaderos y me encandiló ver las aguas rodeadas de vegetación con las torres del monasterio vigilantes del entorno.

Era la segunda vez que llegaba a este lugar pero en la otra ocasión lo había hecho en coche y no había tenido los mismos sentimientos de paz y tranquilidad.



Con el ánimo reconfortado recorrí los últimos metros hasta el pueblo. La plaza estaba llena de puestos, hoy era día de mercadillo. Había todo tipo de artículos, ropa, comida y artículos agrícolas. Me dirigí directamente al monasterio. Este majestuoso lugar me recibió con una sonrisa del monje de la tienda. Me selló y me llevó a la hospedería. Hoy volvería a estar sólo. Me advirtió que a las siete de la tarde cerraban el monasterio y que debía estar dentro.

Me pareció un poco temprano pero se que cuando le dan a uno hospitalidad es de buena educación someterse a las normas del anfitrión.



Después de la ducha, y ya hoy no colada, me quedaban dos días y ropa suficiente, me dirigí de nuevo al pueblo para la comida.


Ya habían recogido el rastrillo y me encontré un local bastante vacío donde di cuenta un menú de caldo gallego y albóndigas, bastante suculento. Me encontraba un poco deprimido por las soledades, aunque el viaje había sido precioso y el tiempo excelente, el no encontrar compañía en tanto tiempo me había minado un poco el ánimo. Me consolé pensando que mañana sería diferente, en Arzua habría compañeros para hartarse. También pensaba que en dos o tres días estaría acabado este camino.



Después de comer me senté en una terraza al sol. Era un día precioso con un sol que calentaba pero no apabullaba. La tranquilidad era notable. Se notaba que era domingo y la gente estaba en la siesta. Apenas unos pocos visitantes del monasterio se movían con parsimonia. A las cinco me dirigí al monasterio a visitarlo. Este me impresionó por su grandiosidad en un entorno rural.

Los claustros y la iglesia demostraban el poder monástico que debió tener.

Estos centros durante muchos años fueron el punto neurálgico de la región. Tenían tierras, sabiduría y poder económico. Recordé la película del Hombre de la Rosa, donde se ilustra el poder de uno de estos monasterios.



Zonas deprimidas económicamente servían a señores vestidos con hábitos. Vi el poder terrenal de la Iglesia.

La belleza del lugar es notable y la admiración por la obra arquitectónica me llenó y maravilló, siempre con un pequeño toque de tristeza. El musgo de las paredes bañadas en abundancia por el agua durante muchos meses al año se podía ver. La temperatura dentro también era notablemente más fresca. Me impresionó la iglesia con sus grandes cúpulas.



A las siete y media asistí a la rezo de las vísperas por los monjes. El rezo cantado surgió un efecto tranquilizador. Las sensaciones de que el mundo se paraba o por lo menos que tenía un ritmo diferente se sentía. La placidez dentro de aquellas paredes te acercaba a tu ser más profundo. La relajación apacigua los espíritus y me hicieron meditar con mayor clarividencia.

Me centré en absorber el momento que estaba viviendo.



Después de una cena ligera me fui a la cama en soledad, sintiendo un placer especial derivado del sentido de aislamiento. Pensé que entre aquellas paredes el tiempo fluye de otra manera. Las prisas y las tensiones se detienen y apenas tienen cabida.



Dormí plácidamente sin vecinos que molestaran. Me encontraba bien pero un poco triste al notar que la aventura se acababa y pronto volvería la vida urbanita con poco contacto con la naturaleza y los espacios abiertos.








Lugo - Friol


Día 9 Lugo - Friol

Dormí solo en aquella sala con más de veinte literas. Estaba en un rincón y me dio pereza levantarme. Se filtraba la luz de las farolas por las ventanas. Hoy me tocaría carretera y soledad. Sabía que este recorrido es menos habitual y las probabilidades que encontrará a alguien eran casi nulas.

Después de un lavado rápido convencí a mis pies que se tenían que poner las botas, me ayudó a convencerlas mi estómago que había sido sobornado por un desayuno apetitoso con churros recién hechos.



Salí a la calle peatonal todavía oscura pero con el suelo húmedo recién regado. La luz de las farolas reflejada en el suelo daban un ambiente especial y de ciudad acogedora y romántica. Pocos peatones deambulaban somnolientos camino de sus trabajos. Encontré una churrería y allí entre a alimentar mi cuerpo todavía oxidado. Los churros recién hechos y un buen café me dieron el suficiente valor para caminar.

Marché hacia el río y después a su vera fue descubriéndose el nuevo día. El paisaje me mostraba la ciudad amurallada bajo un día nublado. Durante un par de kilómetros fui pegado al río hasta que tomé un desvío y por una carreterita en ascensión me sacó definitivamente del extrarradio de la ciudad.



Ayer me había dicho José Antonio que pocos pueblos y servicios encontraría en el recorrido, y si mucha carretera, y así pasó aunque tenía la esperanza de encontrar algún lugar donde almorzar.

El día no amenazaba lluvia pero estaba gris y plomizo. No tenía muchas ganas de andar, el paisaje tampoco era espectacular. Había decidido este recorrido para ir a Sobrado y evitar al máximo el camino francés. No me agradaba después de tantos días encontrarme demasiado pronto con las multitudes que seguro habría, pero algo de compañía me hubiera agradado para superar este recorrido monótono.

A las once de la mañana llegue a Santa Eulalia. A 14 km. de la ciudad de Lugo, en Santa Eulalia de Bóveda, se encuentra un edificio de época tardo romana, de planta rectangular, con una pequeña piscina en el centro y bóveda de cañón decorada con frescos. En su exterior, un pequeño atrio con dos columnas precede a la fachada, en la que se abre una puerta con arco de herradura.


La guía del lugar sin demasiadas ganas abrió exproceso el receptáculo para mi. Estaban las paredes pintadas con pájaros, plantas y odaliscas con mucho verdín y con una gran humedad.

- Es según los entendidos un templo único en occidente donde hay múltiples interpretaciones sobre su uso y finalidad: lugar de baños, ninfeo, templo dedicado a Prisciliano aunque puede ser que originariamente estuviera dedicado a la diosa Cibeles. Este templo como solía ser habitual fue reutilizado para usos cristianos y bajo la advocación de Santa Eulalia.- Me explicó rápidamente la guía.

Apenas duró diez minutos y me dio la sensación que no tenía demasiados visitante, aunque lo estaban preparando para que fuera lugar de visita multitudinaria.

Continué caminando ya por terreno más abierto durante otro para de horas. Hoy la etapa era de cerca de cuarenta y con muy pocas poblaciones.

A la una paré en una especie de escenario al aire libre que debían utilizar en las fiestas para tocar música. Estaba lejos de cualquier aldea. Supongo que lo tendrían allí instalado para que molestaran a los vecinos.



Liberé los pies, ya cansados y me preparé un buen bocata de mortadela con aceitunas, que había comprado la tarde anterior en Lugo.

Se estaba bien en aquel lugar pese a que el día seguía gris. Desde mi atalaya podía ver la carreterita por la que sólo paso un coche en la hora que estuve reposando.

Me imaginé el lugar en fiestas con los músicos de tercera tocando las canciones del verano y a los jóvenes bailando, charlando e intentando ligar. Los mayores se colocarían en los laterales pasando un rato de diversión mientras que algunos se lanzarían con el pasodoble. Fiestas populares como las de muchos pueblos pequeños. Me dio pena no haber coincidido. Seguro que se celebran en agosto, cuando los hijos del pueblo vuelven al origen en vacaciones.



Me entristeció pensar que con el tiempo desaparecería el arraigo con la familia de todos los inmigrantes.

Hoy estaba cansado pero todavía quedaba un buen trecho, así que continué por la carretera en la que de vez en cuando aparecía una fleta que me ayudaba a confirmar que iba por buen camino.

El día era monótono y hasta cierto punto aburrido, no ayudaba el paisaje y el tiempo. No había encontrado ningún bar y eran las cinco de la tarde. Estaba deseando llegar. Hoy necesitaba descansa. A dos kilómetros de Friol las flechas se perdieron y en un cruce de carretera fue por la que no debía. Tuve que hacer tres o cuatro kilómetros más de lo necesario. Cuando más anhelaba llegar más se alargaba.



Llegué al pueblo entrando por la zona de colegios y en el primer bar que encontré entré a tomar un café y a sentarme un rato. Hoy llevaba muchas horas andando y apenas dos paradas que no superarían la hora y media.

Me alegró oír conversaciones, la soledad había sido intensa y heche de menos una charla amigable.

Aquel rato, me levantó la moral y el ánimo. En la plaza encontré pensión humilde pero cómoda.

Me quité la mochila y me fui veloz a la ducha. Eran las seis y media y hasta las nueve no daban la cena, aproveché para estirarme en la cama. Me quedaban dos días para llegar a destino y había tenido la soledad como gran compañera. Necesitaba compartir experiencias y alguien que me animara a continuar. Me debí quedar dormido un rato y me desperté poco antes de las nueve.



Bajé al restaurante a cenar. Allí me sentaron al lado de un ruso que estaba trabajando en unas casas nuevas. Vivía en Vigo y su empresa le tenía allí de lunes a sábado. Hablaba castellano con un fuerte acento. El también se encontraba solo y fue muy fácil entablar conversación.



- Vine a España hace cinco años y desde hace dos tengo todos los papeles.
- Debe ser duro estar alejado de la familia.
- Aquí vivo con una gallega y en Rusia sólo tengo a mis padres, con los que no me llevo demasiado bien. Aunque se hecha de menos algunas cosas, pero aquí me he integrado muy bien. Tengo trabajo he conseguido el amos y unos cuantos amigos. De todas formas he ido un par de veces para que se me pasara la “morriña”, como dicen por aquí.

Conversamos durante toda la cena de forma distendida y no faltaron los chupitos de licor de café, que soltaron un poco más la lengua.

- Este pueblo es muy tranquilo, no hay sitio donde tomarse una copa, aparte de los tres o cuatro bares. Mi vida aquí es trabajo, habitación y desear que llegue el sábado para ir a Vigo. Espero terminar durante noviembre.



Hablaba con un cierto cansancio de su vida pero contento de tener trabajo cosa que debía ser difícil en su país.

- Aquí se gana más del doble que en mi país y las horas son menos.

Esta conversación duró hasta las once y cayeron sus buenos cuatro chupitos de licor.

Agradecí el encuentro y el poder con conversar con alguien durante alguna hora. Caí en la cama como un lirón y sin ser consciente dormí toda la noche.



Quizás había sido el día más duro por las soledades y por no ser tan bello como días anteriores.

Mañana seguro que es mejor.

Cadavo Baleira - Lugo


Día 8 Cadavo Baleira - Lugo


Desperté temprano y sigilosamente empaqueté los bártulos y salí de la habitación.

- Buen Camino peregrino.- Se despidió desde la cama la joven alemana que yo creía dormida.
- Buen Camino.- Respondí.

En la cocina terminé de arreglarme y de ajustarme las botas.

Las calles estaban solitarias y la luz de las farolas todavía estaban encendidas. Hacía casi frío, el polar y el cortavientos se hicieron necesarios.



El cielo estaba precioso con alguna que otra nube que decoraba el fondo azul.

Encontré un bar abierto y a él me dirigí a tomar el café reglamentario. Se agradeció el calorcito del local. Un poco lleno de humo pero perfecto para cubrir las necesidades de este caminante.

Estaba lleno de obreros y las conversaciones eran con voces fuertes y recias. Me resultaron en algún momento demasiado estridentes. Apuré el desayuno para buscar el silencio del Camino, no estaba acostumbrado al ruido.

Enseguida las flechas llevan a un buen camino entre árboles que ascienden suavemente. La mañana era fresca pero perfecta para caminar. Hoy me encontraba bien, después de dos días nublados y con agua se agradeció ver de nuevo un sol brillante.



Recuerdo como unos perros me saludaron con sus ladridos anunciando mi presencia más que amenazando mi integridad.

Después de una loma se inició el descenso por un pinar donde los rayos del sol se filtraban maravillándome por la belleza de la luz. Iba tranquilo y empapándome del paisaje. Estuve tentado de parar en una zona de merendero con sus bancos y barbacoas. Pensé en el bullicio que habría allí en los domingos de verano y en la tranquilidad que ahora se respiraba. Solo los pájaros rompían el silencio con sus gorjeos frenéticos después de unos días de silencio y humedad.



Casi sin darme cuenta llegué a Castroverde. En un bar abierto y sin dudarlo entré a despacharme mi segundo desayuno. Eran las diez, ya llevaba unos ocho kilómetros. El local acababa de abrir y sólo pude tomar un café y un donuts. No llegué a sentarme pero fue suficiente con soltar la mochila y relajarme un poco.

Nada más salir en un vistazo que eché para atrás vi en la lejanía un caminante que parecía seguía el mismo camino, pero al no llevar mochila no paré a conversar.



El sol ya calentaba y tuve que realizar una parada para liberarme del polar y sustituir los pantalones largos por unos cortos. Lo que había empezado con frío se estaba convirtiendo en calor.

Me alcanzó el caminante cuando me disponía a reanudar la marcha.

- Buenos días peregrino.- me dijo. Llevaba una bandolera y unas botas, pero el resto del vestuario era normal de ciudad.
- Buenos días.
- ¿Estás haciendo el Camino?.
- Si, desde Oviedo.
- Yo también esto haciendo algunas etapas, pero sin mochila.

Me sorprendió la respuesta.

- ¿Cómo es eso?
- Bueno he venido a conocer Lugo y al saber que el camino pasa por aquí, antesdeayer fui hasta San Juan de la Retorta y hoy he cogido un autobús hasta Castroverde y quiero llegar a Lugo.
- Eso está bien, pero ten cuidado que el camino es un virus que engancha.
- Ya lo se, y estoy dispuesto a dejarme enfermar, pero he notado que tengo que prepararme.



Pensé que cada uno hace el Camino con plena libertad y no somos nadie para juzgarlo, siempre y cuando no nos quiten las plazas en los albergues para los que vamos andando. También recordé como fue mi iniciación en el Camino Aragonés.

- Yo estoy en un hotel juntó a la Catedral y mañana parto a casa. Me ha parecido precioso el Camino, aunque un poco duro. ¿Tu cuantos kilómetros haces al día?
- Depende, pero intento que la media sean unos treinta. Aunque lo importante no es la distancia, sino las vivencias. El poder integrarme con la Naturaleza. Observar el entorno intentando que esta penetre lo más profundo posible. Muchas veces pienso que estoy lejos de mi vida diaria y que esta no volverá. Son muchas las sensaciones a recibir, lo único es estar alerta para recibirlas y sentirlas.



El me miraba con ojos curiosos y cuando llegaba a los cruces dudaba, no localizaba bien las flechas, le tenía que indicar por donde iban.

En las cuestas arriba le costaba y sin quererlo le distanciaba, hasta que en una de ellas le terminé de perder definitivamente.

Se notaba un paisaje más llano donde abundaban las praderías en las que las vacas pacían tranquilas.



Había otros animales como corderos y caballos. El día era precioso y según avanzaba más calor hacía.

Llegué a Santa María de Gondar. Desde aquí se afronta una zona donde las obras desvían el camino por carretera.

Después de uno pocos kilómetros ya se notaba la cercanía de una ciudad. Se me hicieron pesados los últimos, sobretodo desde el polígono industrial, previo a cruzar la autovía.



Esta la había recorrido muchas veces en coche y pensé en los otros puntos en las que los caminos la atraviesan. Tenía una perspectiva diferente de puntos conocidos. Este recuerdo me hizo comprender que las cosas se pueden ver de formas diferentes según como lleguemos. Me pareció que el llegar a los objetivos andando son más naturales y tranquilos que hacerlo en coche o avión. Así se puede disfrutar del cambio y degustar los pequeños detalles que conforman el todo.

Por fin afronté la bajada a la ciudad. No me gustó el recorrido que hace por esta aunque tiene la ventaja que lo hace por una zona con poca circulación.



Eran las dos y media, me encontraba cansado y no encontré ningún restaurante. Decidí ir al albergue y que allí me aconsejaran.

Entre en el casco antiguo atravesando la magnífica muralla. Me sentí pequeño ante semejante obra defensiva en sus orígenes y hoy patrimonio de la cultura y de la historia. A los pocos metros descubrí el albergue.

En la puerta estaba Juan Antonio que me recibió amablemente. Me asignó una cama en la habitación del piso superior. No había nadie, hoy también sería el único cliente. La habitación era amplia y aunque con muchas camas los espacios entre las literas no eran nada agobiantes. La luz se filtraba por las muchas ventanas. Tras la ducha y la colada me dispuse a ir a comer. José Antonio me indicó uno fuera de las de las murallas por la parte que saldría mañana.



En el recorrido pude visitar la plaza del ayuntamiento y la Catedral por fuera. Me parecieron fantásticas construcciones y las calles con un sabor especial de ciudad provinciana llena de historia y cultura, donde la gente puede respirar con tranquilidad alejada del tráfico rodado. Me gustó el paseo.

Eran las cuatro y media cuando llegué a comer. El local era pequeño pero muy familiar. La camarera me atendió fabulosamente en cuanto la dije que me mandaba el hospitalero y era que peregrino. Era el único comensal pero me agradó la simpatía de la muchacha que lo atendía. La comida fue abundante y sabrosa.



Después del esfuerzo de toda la mañana en aquel local me encontraba tranquilo y feliz. Había cubierto gran parte del camino y había alcanzado la primera ciudad gallega y ya sólo quedaban cuatro días para llegar a destino.

Cuando terminé, decidí ver los mensajes de correo, así que me colé en un ciber y pude ponerme en contacto con mi mundo. No habían pasado muchas cosas y ninguna que fuera de tal importancia que me intranquilizara. En el camino se relativizan las cosas.



Volví al albergue visitando la Catedral. Impresionante edificio. Estaba a oscuras y me estuve un buen rato en uno de sus bancos disfrutando de un pequeño viaje interior que me relajó. En estos lugares me resulta tremendamente fácil relajarme y repasar las visiones de mi vida. Yo creo que los maestros constructores eran genios que construían pensando en hacer fácil la meditación y la interiorización de los pensamientos. Lugares para encontrarse con nuestra realidad.



La luz tenue y el olor a velas crean un ambiente recogido aunque se esté envuelto por duras piedras talladas y colocadas estratégicamente para que aguanten miles de kilos y duren cientos de años.

Las columnas terminadas en arcos me recordaron los carballos y castaños que parecen que sustentan la cúpula celeste, aunque en este caso son los puntales de la catedral.


Fueron quince minutos en los que mis músculos se inmovilizaron y mi cabeza voló en ensoñaciones de cuando y de quienes la construyeron. Fue un placer para los sentidos.

Recorrí los pasillos lentamente y pude admirar sus diversas capillas, esculturas y frisos. Al salir no pude resistirme a subir a la muralla y recorrer una buena parte.



Impresionante poder andar desde la altura degustando esta magnífica construcción. Fui despacio pues me interesaba más sentir que recorrer.

Posteriormente me perdí por las calles de la ciudad amurallada. La gente caminaba ya en la hora del atardecer con tranquilidad, degustando el lugar. Había en algunas plazas terrazas personas tomando el café, con cierto sabor provinciano pero no por ello menos entrañable. Me recordaba un tiempo pasado.
Las señoras emperijiladas y en tertulias eminentemente femeninas, los hombres con sus trajes hablando de sus trabajos.



También degusté de la plaza del ayuntamiento con sus arbolitos redondeados y con niños corriendo y jugando.

Compré algo de pan y embutido para la cena de hoy y el almuerzo de mañana, que sería escaso en pueblos.



En el albergue estaba el sacrificado de José Antonio esperando la llegada de peregrinos, que hoy ya tenía cubierto conmigo.

Charlamos del camino y de los amigos comunes. Me contó las picarescas y travesuras de los peregrinos, bicigrinos, autogrinos y demás especímenes.



Mientras cenaba me dio buena conversación, de la que estaba necesitado. La verdad es que ayer y hoy tuve suerte. Terminé el día conversando y esas horas que a finales de octubre van desde que anochece hasta que te vas a la cama se cubrieron satisfactoriamente.

Me explicó con detenimiento el recorrido de mañana hasta Friol, hizo especial hincapié en que visitara Santa Eulalia y que tuviera paciencia pues el día me depararía mucha carretera.



A las once cerró el albergue y yo marché a la cama. Estaba satisfecho, había conocido una ciudad encantadora y a una persona entregada a su trabajo y con gran amor al camino, este no es otro que José Antonio. Persona justa y cabal que defiende un principio de hospitalidad desde un albergue de la Xunta.