domingo, 10 de febrero de 2008

La Mesa - Castro


Día 5 Mesa - Castro

Dormí profundamente en la tranquilidad de La Mesa. No se oía ningún ruido a parte del aire que soplaba fuera. Esta casa era un lugar cómodo y agradable. Por un momento dudé si estaba en el Camino o en un viaje de turismo. La habitación coqueta y acogedora me arropaba quitándome las ganas de levantarme.

Cuando miré por primera vez el reloj eran las seis de la mañana, había dormido ocho horas seguidas como si hubiera sido un segundo. Di media vuelta y continué hasta las siete menos cuarto, ya sin dormir, pensando en bosques y montañas verdes llenas de vacas que pacían tranquilamente. La paz interior era grande.

Con un gran esfuerzo me levanté y ordené como pude la mochila. Desde la habitación pude oler café recién hecho que me removieron las tripas y los pies se pusieron en marcha hacia el comedor.

Me prepararon un buen desayuno con café, pan tostado y magdalenas. Lo tomé en el saloncito acompañado por el ruido de un viejo reloj de pared con su monótono tic-tac que acompañaba el silencio de la habitación.

Firmé en el libro de visitas ante la insistencia de la propietaria y feliz y tranquilo salí para otro día caminero. El estómago estaba lleno y con las sensaciones muy positivas.



El cielo estaba clareando y las escasas farolas estaban todavía encendidas. Hacía fresco y algunas nubes cubrían el cielo. El camino va por una carreterita de montaña hacia Buspol que se alcanza en apenas media hora. Los colores del cielo en el amanecer eran increíbles, tenía toda la tonalidad rojiza y violeta. Los olores también embriagaban los pulmones, me sentía feliz.

En ese tramo no pasó ningún vehículo. Buspol es una aldea todavía menor que la Mesa. Pasé cerca de algún molino de viento y de algún campo con ganado vacuno que pacía con la visión de los campos verdes. El sol empezaba a despejar la oscuridad nocturna con algunas nubes que de vez en cuando le cubrían. Se notaba que el tiempo había cambiado, aunque no tenía pinta todavía de llover.



Pasado este primer pueblo se ve enseguida el comienzo de la bajada, al principio suave y por carretera, poco después por camino escarpado y con piedras sueltas. La visión es muy amplia y las sensaciones son increíbles. Esta bajada va a ser la trayectoria durante casi tres horas. Continua bajada, donde hay que controlar el paso para que no sufran demasiado las rodillas.

Desde aquí se ve Granda de Salime como un pueblo en la lejanía, en línea recta no representaría más de cuatro o cinco kilómetros pero andando son más de doce. El día era ideal para caminar no hacia ni frío ni calor. El primer tramo está despejado y poco a poco va apareciendo el arbolado, primero tímidamente y por último de forma más rotunda. A mitad de bajada abundan los pinos y castaños. El camino forestal se cierra por momentos convirtiéndolo en placer para los sentidos. La música de los pajarillos me acompañaron durante toda la bajada

Hay tramos algo más llanos pero cuando se llega a la presa se ha salvado un buen desnivel. Pensé en los que hacen el camino al revés, tienen que afrontar una cuesta importante.

Me agradó este tramo por la belleza del entorno viendo zonas verdes y al fondo el agua de la presa.



La bajada se acaba cuando se llega a la carretera. A medio kilómetro hay un mirador de la fantástica obra del hombre que transforma un medio de forma radical.

La masa de agua se atraviesa por encima de la presa y desde ese punto se va por carretera, ascendiendo hasta Grandas. Solo el último kilómetro se hace por camino. Es pesada la subida pisando la raya del arcén. De vez en cuando paraba para ver con tranquilidad la masa de agua y ver los molinos de viento que había atravesado a primera hora. Parecía increíble el desnivel. El bar-restaurante que anuncian las guías a mitad de cuesta efectivamente está cerrado, pero me regaló con una fuente donde rellenar mi botella.

Llegué a la una al pueblo con intención de ver el museo etnográfico, pero estaba cerrado, era lunes y como la mayoría de los museos le tocaba cerrar ese día.

Pregunté en la plaza donde comer a una pareja de guardias urbanos y me indicaron un bar cercano, donde tuve que esperar media hora tomando un vino de la tierra hasta que abrieron el comedor.

No me quedaría hoy aquí, avanzaría un poco para que la subida del Acebo fuera más suave mañana. Castro era el lugar elegido.



Comí el menú del día, consistente en callos con garbanzos y de segundo unos escalopines de cabrales. Comida abundante y fuerte para caminar y a un precio muy asequible (8 €). Estaba rodeado de una cuadrilla de unos obreros de la construcción y las conversaciones rondaban sobre las bromas que se hacían unos a otros. Me entretuve escuchando sus conversaciones tan alejadas del camino.

Restaurante tranquilo y ambiente familiar, lo que necesita un peregrino. A las tres y media salía de comer, las calles estaban solitarias. Tope con la iglesia que por casualidad estaba abierta.

Hermoso templo dedicado al Salvador que está rodeado de un claustro exterior con arcos de medio punto y techado de pizarra. Me sorprendió su hermosura y sencillez. Me senté unos pocos minutos a respirar la paz interior que emanaban sus piedras de diversos estilos. Especial sorpresa por su belleza fue su pila bautismal.

Con pereza continué la marcha que entremezcla camino y carretera, son cinco kilómetros que se llevan bien. Hoy no había recorrido mucha distancia, aunque si mucho desnivel. Pasé por los pequeños pueblos pegados a la carretera de La Farrapa y Cereijeira.

A mitad del camino paré en un bar de La Farrapa a tomar un café y un pacharán, no quería llegar demasiado temprano.

Allí había un grupo que alargaba el aperitivo, iban un poco pasados y las risas y voces eran notables. Me pareció desagradable tanto ruido después de la tranquilidad.



Pregunté por Castro y me señalaron un camino fuera de la carretera.

El cielo continuaba nublado y cada vez se ponía más oscuro. La lluvia no faltaría a su cita, cosa que no me agradaba demasiado sobre todo teniendo mañana que pasar el Acebo, última gran subida del Primitivo.

Salí del bar y entre prados y huertas recorrí los últimos tres kilómetros. Me sorprendieron hermosas setas que no dudé en fotografiar.

En algún momento tuve que parar para dejar pasar un rebaño de quince o veinte vacas que cambiaban de prado acompañadas por un señor mayor.

- Buenas tardes. Bien criadas están las vacas. Da gusto verlas.
- Sí que están bien criadas.
- ¿Cambian de prado?
- Si van a aquel que está al otro lado de la carretera.
- Complicado paso para hacerlo todos los días.
- Si que tiene peligro pero no se les ha ocurrido poner un paso de ganado. Menos mal que pilla en recta, aunque ya he tenido un par de problemas en el paso. Pero es necesario el cambio para que la hierba se pueda recuperar.
- Parece que se conocen el camino.
- Así es. Su vida es ir de uno a otro, antes tenía un tercero pero lo vendí cuando reduje el número de vacas. Este negocio no está bien pagado y hay mucho trabajo. Ahora la juventud prefiere trabajos más cómodos. Cuando me jubile venderé las licencias a otro pueblo. En este ya casi no queda nadie joven, todos se han ido a la ciudad.

Se le veía un poco triste por la desaparición de su medio de vida.



Una vez pasaron continué mientras que empezaba una fría lluvia. En seguida llegué a la puerta del albergue de Castro, donde estaba la hospitalera recogiendo peras junto a un vecino.

Me ofrecieron una y aunque pequeña tenía todo su sabor.

El albergue estaba vacío, era el único cliente. Las habitaciones estaban en la parte alta y tenían dos literas cada una. Lo que pido a un albergue este lo tenía, agua caliente y cama cómoda. Además tenía calefacción donde secar la ropa. El suelo de madera rechinaba pero daba una calidez agradable en las habitaciones que no lo da el suelo de mosaico. Es un lugar muy mimado por su dueña Marisol que se nota que lo cuida con esmero.

Después de la ducha y la colada de los calcetines marché a dar una vuelta, quería ver el Castro.

Seguí con la mala suerte de que al ser lunes estaba cerrado. Pude verlo en la distancia, el montículo con las ruinas y el museo que para mi desentonaba, pero hay gustos para todo. Me pareció increíble como el hombre se organizara dentro de una muralla que los defendiera.



Deambulé tranquilo por el pueblo hasta que la lluvia me obligó a refugiarme en el bar del albergue, donde un grupo de vecinos se marcaban una partida de mus con lo hospitalera.

Se entretenían con las cartas en un pueblo donde este era casi el único divertimiento en una tarde noche como esta, con la lluvia cayendo en abundancia.

A las ocho y media cené solo en el saloncito separado por un biombo de la mesa de mus. Sopa y filete con patatas fue el menú con la agradable conversación de la hospitalera.

- Mañana te tocará agua, lo ha dicho el hombre del tiempo.
- Parece que si, tendré que resignarme, no me queda más remedio.
- Tampoco creo que caiga varios días, en esta época cuando llueve lo hace un día o dos y luego para. Además vosotros vais preparados.
- Preparados nunca se va suficiente si el estado de ánimo no es bueno, pero el camino como la vida hay que tomarlo como viene y debes pasarlo con resignación y buen ánimo.
- En el Norte el agua es una amiga del campo. Si no fuera por ella los prados y montañas no estarían tan bonitas.
- Eso es verdad, pero podía llover un rato por la noche y dejar el día libre de tan húmeda compañera. Para mi lo peor es el barro que forma. Hace muy difícil el caminar.
- Me lo vas a decir a mi que esos días me tengo que aplicar mucho más en la limpieza.
- ¿Pasamos muchos andando?- La pregunté.
- Ya en esta época no pero en verano no faltan. Ha habido días de quince o veinte. Las ruinas ayudan a que mucha gente lo tome como final de etapa. Has tenido mala suerte al ser lunes, pero vale la pena verlo.
- Las cosas vienen y hay que asumirlas. He tenido en cambio suerte de que no lloviera en la bajada al pantano. Hay que ver la parte buena de las cosas, y cuando vienen mal pensar que mejoraran.




- Si, es como hay que tomarlo para no amargarse.
- Tu por ejemplo te gustaría estar ocupada todos los días, en cambio tendrás que aguantar días como hoy, en que solo un pesado peregrino viene a molestar.
- No digas eso. No eres ninguna molestia aunque si me gustaría que hubieran más gente fuera de temporada.

Seguimos una agradable conversación hasta las diez y media en que me fui a la cama. La habitación estaba caliente por la calefacción. La habitación también era acogedora, me es más fácil y cómodo espacios pequeños que no grandes salas que son más difíciles de encontrar intimidad.



El día había sido muy agradable sin sol pero con un cielo gris que ayudaba a caminar. Pensé que sería bueno quea mañana fuera como hoy y me siga librando del agua, aunque todo indicaba lo contrario. Ya había empezado a caer un sirimiri que me hacía esperar lo peor.










8 comentarios:

Anónimo dijo...

Como siempre aire fresco pal foro.
Un abrazo y gracias por hacernos disfrutar¡¡

Toroastur

Anónimo dijo...

Simplemente gracias,muchisimas gracias.
Bo Camiño

Paco59

Anónimo dijo...

Simplemente gracias,muchisimas gracias.
Bo Camiño

Paco59

Anónimo dijo...

..SNIF, SNIFFF, nostalgias que le llaman.
Saludos

Eduardo...el transoceánico

Anónimo dijo...

Aún recuerdo con orgullo las tres culadas que me llevé el año pasado en la bajada hacia el pantano, suerte que no había llovido, de lo contrario hubieran sido una docena.

Maravillo relato, gratos recuerdos y, como dice el amigo Alfonso, aire fresco "pal" foro.

Saludos y buen camino

ALDEBARAN(A)

Anónimo dijo...

Buenas noches Uxama,

Siempre una delicia leerte y ver tus fotografías.

Casi estoy allí.

Gracias!

Ana

Anónimo dijo...

Francamente bonito. Gracias

Románico

Marijose dijo...

A comienzos de junio hice este Camino, aunque con diferentes etapas. Ya conocía más o menos las zonas del recorrido ya que mi familia es de por allí. Es un lugar al que volver, quizás para ver con más detenimiento su Naturaleza y su historia, en la que uno se sumerge y pierde la noción del tiempo. Una pena que no hayas visto el Museo Etnográfico de Grandas, es magnífico!!. Quizá si vuelves te acuerdes de dar un paseo por él.