domingo, 10 de febrero de 2008

Arzua - Santiago de Compostela


Día 12 Arzua - Santiago

No dormí demasiado bien, había echado una siesta demasiado larga ayer que junto con el ansía del fin me impidió dormir bien.

A las siete encendí la luz de la lamparilla de noche que daba una luz tenue y tristona marcando unas paredes con alguna necesidad de pintura. Me quedé un rato pensando en lo que llevaba y en lo poco que me quedaba. Las sensaciones me inundaron y la tristeza me llenó. ¡Cuánto echaría de menos estos días a partir de mañana! Me dio pereza olvidarme de la libertad que había sentido durante estos días, volvía a la cárcel del trabajo y la rutina. Intenté pensar en positivo, pero me costó bastante.

- Venga anímate que podrás volver al año que viene.

Estaba oxidado y las articulaciones entumecidas. Organicé la mochila y terminé de vestirme. Por la ventana vi la calle todavía oscura y el cielo despejado de nubes, hoy no habría lluvia. Me puse el polar y el cortavientos que ya estábamos a finales de octubre y temprano hacía fresco. Cargué la mochila y me pareció más liviana que otros días.



Salí a la calle y me dirigí a la plaza donde en un bar me proporcionaron la cafeína necesaria. Lo acompañé de un croissant recién hecho. Este bar era para mi conocido, creo que es el único donde he desayunado en Arzua, después de unos cuantos caminos que he pasado por aquí. Es un poco agobiante por las muchas mesas y sillas, pero el café es bueno.

Nada más salir me encontré con el primer grupo de peregrinos que charlaban en francés felices pese a la hora. Me resultaba extraño ver gente caminando después de tantos días de soledad.

Vi como aparecían las primeras luces y poco después el sol despejaba poco a poco la bruma matutina. Fui reconociendo lugares y sitios en otras veces caminados, tenía el sentimiento de estar en casa.



Los campos se iluminaban y descubrían sus pequeños secretos ocultos durante la noche. Todo se movía a mi alrededor despacio y con tranquilidad.

Me extrañó no encontrarme con grandes cuestas y caminaba fácil, el entrenamiento del Primitivo se notaba.

Recordé a mis sobrinos con los que había pasado por allí hacía quince días. Hoy el ritmo era más constante, que entonces, aunque el frescor era mucho mayor.



Estaba en un recorrido conocido donde sabía que me esperaba a cada paso y jugaba a anticiparme a los acontecimientos.

- Ahora viene una cuesta, luego una carreterita, después esos carballos que tanto me recuerdan un cuento de hadas, y más allá ...

Intentaba retener en mi memoria cada imagen para que luego fuera un recuerdo cuando estuviera lejos del Camino.

Sobre las once llegué a Salceda, donde di cuenta del segundo desayuno, café y bizcocho casero. Este bar con toques hippyes junto a la carretera es otro de los hitos que me hacen parar siempre.

Había un grupo de cuatro peregrinos que ya marchaban y la camarera que intentaba organizar los vasos, platos, sillas y mesas. El local esta lleno de objetos curiosos con cierto toque de esoterismo.



Estuve veinte minutos sentado recuperando fuerzas. Hoy me encontraba bien y me parecía un recorrido fácil, sería la dureza del primitivo que había terminado por ponerme en forma. También había descansado y llevaba dos días de recorrido corto. El ir cruzándome con otros peregrinos me ayudaba a crear estímulos. Cada vez que alcanzaba a alguno o alguno me alcanzaba me daba alegría. A veces recordaba a Melania, Nacho y Alberto, y en los momentos que habíamos vivido pocos días antes.

Llegué a Santa Irene y después a Arca. Los metros me parecían más llevaderos y las subidas más suaves.

En Lavacolla paré a comer sobre la una y media, lo hice en el mismo sitio que nos sirvió de descanso la última vez. La comida consistente en judías verdes y filete fue abundante y sobretodo nutritiva.

Se empezaba a notar los días de camino sobre todo en las ropas ya perfumadas, me dio alguna vergüenza los aromas que podía transmitir.



Cada vez estaba más convencido en llegar a Santiago y pasar del Monte del Gozo. La hora que estuve parado en el restaurante me repuso del esfuerzo. Después con la barriga llena emprendí la subida con calma, sabía que quedaban unas tres horas para llegar y poder abrazar al Santo después de tantos días.

Degusté los últimos bosques recordando lugares y momentos. Hice mi despedida del camino en soledad. Hice propósito de volver, me había dado mucho y pedido poco. ¿Cuánto vale encontrarse con uno mismo? ¿Cuantas posibilidades para meditar sin prisas ni presiones!



El camino nos lleva por paisajes y realidades muy distintas y siempre inmersas en la naturaleza. En este tiempo vi cimas verdes con ganado pastando, vi hermosas nubes que se pegaban en los valles con sensación de colchones de algodón en su cuna, vi gente que me acogió y me trató con un cariño que me hizo sentir feliz y, sobretodo, disfruté de mil pensamientos y momentos que se me quedarán impresos en mi mente para siempre. Estaba en una ambivalencia única, por un lado felicidad por lo vivido y por volver a casa y, por otro, una gran tristeza por finalizar un camino que este año me había llevado de Mérida a Santiago pasando por el Salvador.

El sentimiento constante de libertad y preocupándome sólo de donde comer o donde dormir, aunque siempre nos da ofertas suficientes para cubrir nuestras necesidades. Noté que el Camino me permite el tiempo suficiente para quitar el ruido de mi cabeza y permitirme analizar las cosas con la calma necesaria para replantearse la realidad. También me da el placer de la observación de un entorno cambiante al paso de una persona. ¡Que diferentes paisajes y lugares!



Llegué al Monte del Gozo sobre las cinco de la tarde y entre en el albergue a sellar. Un amable hospitalero me ofreció parada y cama con gran entusiasmo. Me tentó, pero el recuerdo de mis anteriores veces en este lugar me desanimaron. Para mi es muy frío y no siento en él la realidad del Camino. Era pronto y todavía había bastantes horas de sol, aunque cansado todavía podía llegar.

Con el sello puesto bajé por la cuesta hacia el destino. Pasé el puente de la autopista, luego San Lázaro y, por fin, la ciudad antigua, con su sabor especial. La catedral estaba hermosa recortada sobre un cielo azul. Llegué sólo, como había sido el Camino. No se veían peregrinos.



En la Puerta del Camino me descalcé las botas y los calcetines, quería sentir las piedras pisadas por millones de peregrinos. También tenía el sentimiento de respeto hacia el Señor que me había llevado durante tantos días y me había ofrecido el don de sentir una Naturaleza maravillosa.

La plaza del Obradoiro apenas visitada por algún turista que me miraba extrañado por mis pies descalzos. Yo me obnubile y pasé de los pocos paseantes intentando concentrarme e ilusionarme en que toda la plaza era para mi.

En el centro de la plaza tiré la mochila y me senté en el suelo apoyado en la mochila para observar a mis anchas la hermosura de este edificio construido, visitado y anhelado por amor y fe.



Detuve mi vista en cada detalle de la fachada para interiorizarlo y que fuera el método de recordarlo. Este momento valía por cualquier Compostela, era un sentimiento de satisfacción profunda y pura.

Media hora estuve allí plantado antes de continuar al abrazo. De camino al mismo pasé por la Oficina del Peregrino con bastante pereza. Estaba tranquila, con sólo tres funcionarios. Rellené el papel estadístico y me dieron el dichoso papel. Esta vez la puse a nombre de mi hermano, para entregársela. Yo ya tengo bastantes y todas se encuentran en un rincón del trastero, y a él seguro que le hace ilusión. Este camino lo había hecho en su nombre. Mi mejor Compostela es el recuerdo que retengo de cada uno de ellos.

Con el papeleo realizado salí a la calle y dirigí mis pasos a la Catedral. Estaba oscura y tranquila. Apenas unas cuantas señoras rezaban sentadas en los bancos de madera. Impresionante la luz que se filtraba por los ventanales creando halos de luz que se reflejaban en las piedras labradas.



Sin pensarlo mis labios comenzaron a rezar dando las gracias por todo lo recibido en estos días de Camino. También mis ojos se inundaron de lágrimas de emoción y satisfacción.

El pasillo de acceso a la figura de Santiago estaba solitario, por lo que pude soltar la mochila en un rincón y abrazarla con la efusión que se hace con un amigo deseado. Sentí mi espíritu satisfecho y en paz.

Alguna lágrima cayó sobre el hombro mientras se me nublaba la vista llena de los reflejos del sol que entraban por el Pórtico de la Gloria.



FIN DEL CAMINO

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por compartirlo con tod@s. Me encantan tus relatos y tus fotos.

Buen Camino a tod@s !!

Ana A.

Anónimo dijo...

¡Uxama! Con ese final, tú lo que quieres es que se nos caiga la lagrimita a todos !!!!

Pues ya puedes ir preparando el kleenex para cuando veas una vieira a los pies de la Virgen Morena ....


Gloria

Anónimo dijo...

Uxama: muchas gracias por compartir esa melancólia y alegre tristeza. Ahora mismo han venido muchos recuerdos a mi mente, entristeciéndome un poquiño, pero no me importa; ¡al contrario!

La foto de la vaca pastando en el pesebre es muy buena. Gracias también por ella.

Románico

Anónimo dijo...

Gracias por haber compartido tu camino con todos nosotros desde el primer dia. Escribiendo desde la lejania,se me nubla la vista al recordar esta ultima etapa tuya por donde pase hace muy poquito con una maravillosa compañia.

Bo Camiño

Paco59